lunes, 29 de diciembre de 2014

Nada dentro, todo fuera suave. Perdidos en el tiempo, intentando llegar a un azul más suave, intentando hacer que estallen más y menos cerebros. No, sin olvido, sin olvidar. Cada noche respirando el sonido circulante de las venas. Más y menos y más lágrimas, acabando siempre sin un sollozo. Vómitos sin salir de la garganta. Ni un solo sentido vivo. Cayendo más profundo cada día. Sin volver el Sol nunca más. Nunca más.
Las piernas rotas conforme los pasos.
Los semáforos estallando y los sesos volando por toda la ciudad.
La gente gritando silencio.

Todo en llamas y todo congelado.

Ellos nos han hecho esto. Y ellos somos todos nosotros.

viernes, 24 de octubre de 2014

Perderme.

Creo que lo quería porque quizá estábamos en los suburbios, cogía una colilla, y me susurraba mientras encendía un cigarrillo desgastado:

Me ha recordado a ti.

Entonces yo lo miraba a los ojos, y sólo veía incomprensión. Incomprensión hacia el mundo. Luego agarraba la manga de mi sudadera rota y creo, creo que no necesitábamos comprensión.

Creo que lo quería porque quizá estábamos de madrugada en el metro, cogía el cuello de una botella rota y me decía:

Me ha recordado a ti.

lunes, 25 de agosto de 2014

Adiós.

Las despedidas siempre me han dolido.

Dejé escapar una última lágrima que se fundió con el mármol para siempre, mientras se abrían las puertas a una nueva vida.

Y entonces, vi la felicidad. Había una mujer soltando una carcajada en una conversación de teléfono, un hombre cogiendo a su hijo y alzándolo por los aires, una mujer en tacones y pintalabios rojo encendiéndose un cigarrillo.

Cogí con fuerza el asa de la maleta y caminé hacia delante, dejando el mundo a mis talones.

Y entonces lo entendí. Mientras nacía y moría gente; mientras corazones se rompían y otros estallaban; mientras te mordías las uñas y yo repiqueteaba sobre mi carpeta de poemas: lo entendí.

Todo consiste en seguir adelante. Con los ojos cerrados, o con los ojos demasiado abiertos.

Lo entendí, mientras una mujer con sonrisa amable y párpados alegres facturaba mi maleta.

Y dije adiós.

Adiós a los murciélagos entre mis costillas y a la gente que llena su boca de gilipolleces porque no se sienten cómodos con ellos mismos.

Dije adiós, porque fue entonces cuando comprendí por qué el mar hace romper las olas una y otra vez.

Comprendí por qué este planeta tan lleno de mierda sigue girando.

Y dije adiós.

lunes, 11 de agosto de 2014

Palabras perdidas de una noche de verano.

Cogió el último papel y vomitó lo primero que se le pasó por la cabeza.

"¿Qué me ha pasado? Yo antes solía soñar. Soñaba y lloraba de felicidad, tenía en mente grandes planes. Guardaba en una cajita de chicles frases para cuando estuviese triste y en el collar de Harry Potter tenía mi palabra favorita. Solía ser... Feliz. Quizá no de la manera que quería serlo, pero lo era.
Y aquí estoy, otra noche de verano. Creo que no voy a escribir sobre el vacío que siento entre las costillas porque esa historia se ha vuelto repetitiva. Aunque de todas maneras, ya no siento como antes. Cada vez siento más indiferencia. ¿Pero qué se hace si hace tan sólo un año y medio odiabas el tabaco y ahora hasta lo defiendes con excusas patéticas?
Podría seguir con varios "¿pero qué se hace si...?", pero no quiero.
Y es triste pensar que ya me da igual que estas palabras se pierdan en esta noche de verano. Es triste. Triste que con tan sólo quince años apenas ya sienta nada. Triste que sólo sepa escribir cosas tristes y triste que ya nadie se las crea. Triste que las sonrisas y las lágrimas hayan perdido su valor y hayan acabado en este circo sin sentido de personas con menos sentido todavía.
Triste que esté escuchando una canción que antes me hacía temblar y ahora ni pestañee.
Y será así, como cada vez que uno escribe: pasará el tiempo. Y esto sólo será otro estúpido, típico, predecible y repetitivo texto de una noche de verano.
Y mira que yo los odio.
Pero a mi alma se le acaba la energía.
Y en fin...

Nunca es suficiente.
Al final, nunca es suficiente.

El vacío acaba volviendo.
Te contaría más cosas, pero prefiero sentir el Infierno congelándome por dentro. Qué cosas.

Y esto se perderá. Como la danza de la muñeca de la cajita de casa de mi abuela. La oscuridad la abrazará y al ritmo de unos violines nadie nunca más se acordará de ella".

Pero sin embargo, se le escapó una lágrima, que resonó e hizo eco en aquel vacío.

Y luego, como siempre, la noche lo comió.

lunes, 14 de julio de 2014

Llévate todo;
llévate lo que queda.
Llévate mis océanos,
llévate mis noches de verano.
Llévate el polvo, las cenizas,
el humo, los gritos,
los papeles quemados,
los versos solitarios,
mi piel, las hojas secas de primavera,
aquella fotografía,
aquella carta
que nunca te escribí.
Llévate mis dedos nerviosos
y mis aprietos de mandíbula.
Llévate el deseo
y llévate el odio.
Llévate el desamor,
y llévate las rosas.
Llévatelo todo.

Y cuando hayas acabado,
pon sangre en mis labios
y veneno en mis ojos.
Encadéname las muñecas
y tira tan fuerte
que todos los huesos
de mi esqueleto
se rompan.
Y bébete el óxigeno
de mis arterias,
y muerde la suciedad
de mis venas,
y párteme.

Y por último,
llévate mi alma.
Llévate mi alma
y destrózala
cuando salga el sol.
Destrózala
cuando amanezca
en tantos pedazos
que no se puedan ver.
Destrózala
como los baños
en callejones tenebrosos
a las cinco de la madrugada.

Así que llévatelo todo.
Llévate hasta mi sombra,

y llévame a mí.

lunes, 30 de junio de 2014

Cafeteras en desvanes.

Ella me miraba desde su portal en aquella ciudad donde todos vestían zapatos negros y corazones blancos.

Siempre me sonreía a través de ese batido azul.

Un día, hablamos.

Caminamos por aquella ciudad donde el café era algo reciente y la felicidad era algo más sencilla.

Me susurró al oído, esa vez, antes de despedirnos, que la recordara.

Hoy me he acordado de ella.

Seguramente murió. Su corazón también era blanco...

Mentira.

Era gris.

lunes, 23 de junio de 2014

Apagué el cigarrillo en la pared y me di cuenta de que las piernas me flaqueaban.

''No es suficiente'', me susurró.

Me atravesó la caja torácica y me arañó los pulmones.

Y yo dejé el huracán dentro de mí. Siempre lo hacía.

Saqué otro cigarrillo.

Y sí.

Quizá todo eran costumbres.

Quizá todo se resumía en colillas en las esquinas y las macetas.

Quizá todo eran costumbres.

Quizá hasta tú lo eras.

jueves, 15 de mayo de 2014

Jueves, 6 de Marzo (para Nenúfar).

Fue como todos lunes;
ojeras, recuerdos,
dos cigarrillos y un café
para ver al chico
de la mandíbula marcada
y la mirada indiferente,
tal y como ella
quería ser.
Fue como todos los martes;
ojeras, recuerdos,
dos lágrimas y un solo cigarrillo,
porque le tocaba fingir
dos horas más
y no pudo ver al chico
del lunar en algún brazo
Y se acostó con las mejillas
como las de la playa,
porque fue como todos los martes.
Fue como todos los miércoles;
ojeras, recuerdos,
dos pañuelos y una mirada
llena de algo vacío
acompañando a su corazón,
que hoy tocaba
latir por el brazo,
mientras no paraba de gritar
algo que nadie podía escuchar
ni entender.
Fue como todos los jueves;
ojeras, recuerdos,
dos paquetes de tabaco y un tupé
que fue flequillo
pero aún la volvía loca

(como el café),
y no de la manera
que le mentía al psiquiatra
esa tarde,
porque como en todas las citas,
a ella el veneno
no la podía curar.
Fue como todos los viernes;
ojeras, intentos de olvido,
dos botellas de vodka y una amiga que lloraba
pero que aún así la llevó a su casa,
porque era parte del viernes
y le gustaba el sentimiento
de los coches
pasando muy tarde
y la brisa nocturna
a las cuatro menos cuarto
de la madrugada,
porque se acordaba
de sus pantalones apretados
y no dolía,
entre dos cigarrillos y un monte
al que subir y ver
cómo se apagaba la ciudad a sus pies,
pero el rímel
acababa en su barbilla
y sus ojos
le quemaban al día siguiente.
Fue como todos los sábados;
ojos negros y rojos, y dudas,
dos sonrisas de su madre y el entrecejo fruncido de su padre,
que llevaban a un día plateado,
lleno de segundos,
que querían ser horas;
y minutos,
que querían ser décadas;
y una noche,
de sangre y vómitos
que llevaban
a lágrimas calientes
en la cisterna del váter.
No fue como todos los domingos;
no hubo ojeras, quizá más que demasiados recuerdos,
cuarenta cigarrillos y una vieja botella de whisky
de sus padres,
porque esa misma noche
vino el chico
de ojos azules y voz grave
y a ella le tembló el labio inferior,
porque trajo
el peor de los recuerdos
y se fue,
y también la visitaron
tres cajas de antidepresivos,
dos litros de lágrimas
y un solo vaso de agua,
para ella explotar
como los fuegos artificiales
que veía en el montón de chatarra
que fue su coche;
y por primera vez,
cumplió un "para siempre"
que, como todo:
fue sin él.

jueves, 1 de mayo de 2014

Historia de un vacío imposible de llenar.

Abrió la puerta, y en seguida notó el últimamente familiar olor a caramelos, menta, gel, y el perfume de aquel hombre que decía que le podía ayudar a ser feliz. Aquel hombre que tejía palabras, mentía, y tenía todo preparado para que su cerebro le hiciese creer que estaba bien. Aquel hombre, sonrió, y carraspeó.
-¿Cómo te sientes?
Ya no había violines para describir aquello, ya no había sangre, ni llantos, ni gritos, nada. No había nada ya dentro suyo.
A pesar de que siempre le hacía esa pregunta primero, esa vez lo miró con desprecio. ¿Que cómo se sentía? Joder. Maldito estúpido. No podía soportar aquello.
El silencio se prolongó hasta que habló de nuevo.
-¿Por qué vas vestido de negro? ¿Es que ahora eres gótico o algo de eso?
La única respuesta fue del ventilador. Los minutos se comían entre sí, hasta que volvió a hablar.
-Creí que querías estar bien de una vez. No retrocedas. No te hagas esto. ¿Por qué ahora de negro y tan serio? ¿Es que se ha muerto alguien?-trató de ironizar de nuevo, esta vez un poco más nervioso.
Él levantó la mirada por primera vez en toda la sesión.
Dejó volar las únicas dos letras que pronunció ese día.
-Yo.

martes, 15 de abril de 2014

¿Qué día no he muerto?

Habían pasado los meses más rápido que las lágrimas, los gritos, la nostalgia, la oscuridad, las canciones, los recuerdos, el dolor, el esperar. Tenía la costumbre de esperar en aquel banco todos los domingos por la mañana a que él pasase sin sonrisas, sin saludos, sin miradas.
Aquella mañana no estuve en aquel banco rodeado de graffitis, de cafés derramados, de esquinas para secar lágrimas, de personas vacías intentando vaciar a personas llenas de dolor, y dónde el aire enfriaba en vapor los suspiros más rápido de lo imaginable.
Porque aquella mañana, mientras me dirigía a aquel banco, nos quedamos parados de frente. Y abriste los ojos un poco más. Y me ahogué. No en un océano. Ni en un mar. En un café que ardía.
Y yo solo pude echar una bocanada de soledad, que se evaporó rápidamente, a pesar de que quedaban pocos días para verano.
Entonces, corrí. Y corrí, corrí, y tú detrás mío.
Llegué allí, me abrieron la puerta, y me lancé al humo, la luz tenue, las personas llenas de humo vacío, y las sábanas. Y tu olor. Y tu todo. Y ese era nuestro problema. Correr, llorar, huir, llorar, mirarnos, no mirarnos, estar perdidos, no dejar encontrarnos, fingir vivir, morir, sonreír, llorar, explotar.

Ese era nuestro problema, nuestro maldito problema: la muerte como forma de vida.

martes, 1 de abril de 2014

También has roto el título. Pero al menos has sido tú.

Supongo que fue porque fui yo quien tenía un mosaico donde los demás un corazón.

O quizá fue porque tenía la piel salada. Quizá fue porque el niño murió y sustituyó el arco por una cuchilla y el violín, por su propio brazo.
Porque la música fluía inerte por mi cerebro.
La chica de la sonrisa de plata también murió, pero ahogada en sus propios pensamientos. No la culpo, porque a mí las palabras también me torturaron hasta perder el sentido, hasta ser letras descolocadas y borrosas.
Y bueno, quiero preguntarte por la chica de plata y oro, la chica de ojos blancos y corazón púrpura. Porque fuiste al fin y al cabo, tú. Tú la perdiste.

Tú te perdiste.

¿Y cómo eras? Como las mañanas sin ti; las noches sin ti, el viento, las tormentas, los glaciares.

Eras como esa frase de nuestra canción que nunca salió de mi cabeza. 

viernes, 21 de marzo de 2014

Primavera sin pétalos.

Todos se acaban yendo. 

Me lo enseñaste una de esas tardes de primavera en las que llevabas esas camisas encima de camisetas con fotos, y decías que eras feliz porque había sol. Aún así, sé que en tu habitación llovía por la noche.

Todos se acaban yendo.

Me lo dijiste mientras me acariciabas la mano como solo sabías hacer tú. Con delicadeza, mirando cómo renacían los árboles.

Todos se acaban yendo...

Dijiste en una sonrisa que tú eras nadie. Nos reímos, sintiendo, o fingiendo amor. Y añadiste que si todos se acababan yendo, tú estarías.
¿Pero sabes? Tenías razón.
Tú eras nadie, o eso decías.
Ahora no eres nadie. Y no te imaginas lo que dueles.

viernes, 7 de marzo de 2014

Vacíos y sombras.

Ella había perdido la cabeza hace mucho tiempo.
Todos los días, se levantaba con los ojos rojos, el cielo gris y más lágrimas que las gotas que se consumían en la ventana en todos aquellos días lluviosos.
Sufría en silencio con una avalancha de gritos en su cabeza. Aún así, seguía levantándose como un velo que se desliza al son de una balada, algo que simplemente vaga por el tiempo hasta perderse.
Por las tardes, recorría esa pequeña ciudad buscando algo que se había dado por perdido hace mucho tiempo.
Rompiendo vallas. Rompiendo su corazón porque nunca aprendió a romper otros.
Ella se perdía un poco más de lo que lo había perdido a él.
Sin embargo, un día lo encontró. Estaba impecable. Él, llevaba una chaqueta vaquera, aquella barba de tres días, los pantalones más apretados que se podían imaginar, y un cigarrillo que respiraba todo lo que no quería recordar en esa sonrisa encandiladora. Ella, le cogió de la mano, le gritó, le lloró, le besó, le abrazó. Pero es que él había desaparecido hace mucho tiempo.
Así que esa tarde se pegó un tiro para poder desaparecer. Aunque ella había perdido la cabeza hace mucho tiempo.

sábado, 8 de febrero de 2014

Recuerdos perdidos.

Todos a mi alrededor estaban tan vivos como los recuerdos de esa misma noche. Había momentos que se grababan en la mente de todos y yo sin embargo estaba en medio de todo y de nada, como un recuerdo del que ya nadie se acuerda. Todos vivos. Todos gritando. Todos lanzando fuegos que llegaban al cielo y se rompían en mil pedacitos hasta consumirse, conmigo.
Me cogió de la muñeca y me alejó del ruido, hasta el pie de un árbol.
Me miró a los ojos.
-¿Dónde estás?
Desvié la mirada a donde estaban todos, y en el cielo negro como el carbón que se muere, seguían las pequeñas gotas de felicidad explotando.
-No lo sé.
-¿Qué te ha pasado?
Los ojos se le empezaron a poner rojos como ciertas partes de mi cuerpo cuando el mundo me dejaba a solas.
Me cogió la cara con las dos manos. Me vi en la obligación de mirarle.
-¿Qué pasa cuando los días visten de gris y las sonrisas se tuercen a ser sádicas?
Rió, y no supe saber qué había en aquella voz desgastada.
Me besó.

sábado, 1 de febrero de 2014

Finales blancos.

Quería decirte que hoy he vuelto.
Sé que llevo un buen tiempo sin hablarte, más bien, sin hablarnos. Pero de eso no te quería hablar. El cielo estaba tan pálido como tu piel, y yo tan gris como el cielo de mañana. Antes solía estar soleado y precioso cuando íbamos. Pero como te iba a decir, casi todo ha cambiado. He caminado por el bosque, que estaba verde y bonito como siempre. He llegado hasta nuestro rincón en el mundo. Las vías del tren seguían como siempre, y el puente que hay por encima también. Las vías del tren. Nosotros solíamos sonreír allí. Y creernos trapecistas por caminar haciendo equilibrios encima de ellas. Y llorar. Y reír. Y sentir, por generalizar. He puesto en modo de repetición nuestra canción. He perdido la noción del tiempo recorriendo los árboles que marcamos, como tu piel en estos últimos meses. También he encontrado nuestro diario debajo de la enorme roca que hay al otro lado lado del bosque. Tú... Tú me decías que qué pasaría si un día te colocases en las vías del tren y esperases a que un tren pasase. Nos reíamos, o llorábamos, o escribíamos algo bonito sobre esto. Y ahora, ya sé qué pasaría. Me odio. Por no haber visto en tus ojos los pocos días de vida (si se les puede llamar así) contados que te quedaban. Por no haberte abrazado y haber estado miles de años más contigo en aquel lugar. Porque, ¿ahora dónde estás? A dos metros debajo de las vías más largas que tus venas. O a millones de kilómetros. O en ningún lugar.
Tenía que haberlo sabido. Yo... Dicen que dijiste mi nombre en tu último grito. Después, solo quedó un cuerpo más roto que el alma que ya tenías.
Y yo quería decirte que hoy he vuelto. Y que me he sentado como tú hiciste, pero ningún tren ha pasado. Y que me gustaría gritarte lo que nunca me dijiste.

viernes, 17 de enero de 2014

Flores rojas.

Caminaba pero a la vez se moría. Llevaba así bastante tiempo. Quizá demasiado. Se agachó, y se puso a llorar. ¡Maldita inútil! Cogió una flor, y la olió. Sin pensarlo, de repente, se tumbó en el suelo. Entonces pasó. Lo llevaba esperando demasiado tiempo. Sonrió, empezó a gritar, se levantó y empezó a correr, empezó a abrazar gente desconocida, empezó a sonreír aunque odiaba su sonrisa, empezó a saltar y a sentir el viento a su cara como si necesitase oxígeno.
Se volvió a tumbar en el césped. Se recordó que a ella le gustaban las flores rojas. No como el rojo desgastado, ni como el granate, si no, un rojo vivo, como sus labios pintados y sin lágrimas.
Le gustaba cuando dormía y amanecía, y le despertaban los rayos de sol. Le gustaba llegar a casa un viernes y tumbarse en el sofá. Le gustaba darse una ducha y respirar y desprender pureza. Le gustaba sacar la mano por la ventanilla del coche e imaginar que volaba. Le gustaba estar un día de lluvia en casa con una película y un tazón de chocolate. Le gustaba hacerse moños. Y no le gustaba romperse. Y estaba cansada. Y feliz. Y triste. Y alegre. Y libre. Libre. Libre.
Tan libre como en sus vuelos nocturnos. Ella levaba demasiado tiempo jugando por las noches a romper cuerdas, a volar en picado. Pero eso se había acabado. O por lo menos, por unos segundos.
Eres feliz cuando menos te lo esperas. Y también te rompes, aunque en esos momentos no importa.

Simplemente quería volar hasta que le cortasen las alas.

domingo, 12 de enero de 2014

Destrozado.

Me rompiste. Te juro que lo hiciste, es lo único que recuerdo después de todo este tiempo. Sé que me rompiste, sé que me llevabas lejos y me traías más lejos todavía. Sé que visitábamos las estrellas y no había ninguna luz allí arriba. También sé que llorabas mares y decías que eran océanos. También sé que cuando pudiste, cogiste tus ''llenas'' maletas con solo ropa interior. Y ahora estoy roto, de verdad. Tengo heridas que lo demuestran, aunque son tan superficiales y miserables como tú. Te odio. De verdad. Tanto como te quise y te quiero. Y me das asco. Hasta que tu respiración se pare o incluso después. Tú has creado estos demonios dentro de mí, y ahora son imposibles de sacar. Y te recuerdo riendo y ahora es como cuando yo solía mirar a la pizarra y la tiza rasgaba, y se oía ese sonido tan espantoso. Maldita sea, te llevaste todo lo que era. Me rompiste. Y ahora estoy aquí, pasando horas como segundos, apretando los puños como martillos, dejando que la música fluya por mi cerebro sin ningún sentido. Volviendo al mismo sitio. Como nuestras peleas. Es que joder, joder, joder. Tú me hiciste esto. Ahora miro atrás, y es cuando me doy cuenta de que me rompiste. Me tiraste contra un muro. Me aplastaste con el peso de las promesas que sabías que no aguantarías. Me mordiste con el veneno de tu locura.
¿Pero sabes qué es lo peor? Que me has olvidado. Que te has ido. Y que lo supe. Supe que se acabaría, y mírame. O no, porque solo sabías ver, ¡maldito egocéntrico!

jueves, 2 de enero de 2014

Infierno.

Allí estaba, escuchando esa canción que siempre le sacaba las lágrimas que más quemaban y las más dolorosas. Estaba sentado en la cama, y pensando tanto en el futuro como en el pasado. El futuro, tan efímero. El pasado. Tan lleno. Había dejado atrás otro año. Como si no lo hubiera terminado de comprender.
¿Qué hacía escuchando esa canción? Solo le rajaba. Tocaba heridas abiertas. Y eso que él creía que ya se habían cerrado. Eso era lo más doloroso.

Había tenido tanto, y había perdido más aún.

Estaba sentado en la cama, y la noche iba envejeciendo, y cada vez se encontraba más débil, los recuerdos entraban como cuchillos. Sin avisar. Y lo desgarraban, le hacían retorcerse. Las lágrimas salían con sus últimas fuerzas.
Todo venía en flashbacks, como demonios que entraban dentro de él y lo debilitaban allí por donde pasaban. Demonios con sus peores recuerdos, y los mejores de todo lo que se había acabado.
La cuchilla del sacapuntas llevaba mucho tiempo guardada. La sacó intentando parar.
No, para, se dijo a sí mismo en intentos fallidos de parar ese pequeño destino.
Hizo el primer corte y pronto se puso rojo y empezaron a salir pequeñas gotas de sangre. Salid, se dijo llorando. Empezó a hacerlo con locura, y pudo jurar que vio todos los demonios delante de él. Y estaba solo. Débil. Asustado. Muriendo, con el interior más oscuro que la luz de sus ojos cansados.
Entonces fue cuando lo hizo. Cortó en vertical y la sangre empezó a salir rápido. Cerró los ojos y se dejó caer sobre la cama. Debajo de sus pestañas, aún notaba las lágrimas. Tan pesadas como los recuerdos. Tan crueles como esa canción a esas horas, que todavía sonaba de fondo.