lunes, 6 de abril de 2015

Soledad.

Me llené de amaneceres. Me llené de puestas de sol. Me llené de sol entre árboles. Me llené de bosques de pinos y de esperas en las orillas. Me llené de semanas nubladas y de lluvia. Lloré primaveras que no llegaban. Regalé las pocas flores que crecían en el jardín de la euforia a la noche. Vendí un cuerpo roto. Sonreí a ojos podridos. Tendí billetes por humo. Crecí lágrimas en una botella de cerveza vacía. Envié cartas a lugares donde la gente intentaba coser muñecas rotas. Crucé carreteras blancas. Pregunté a la soledad de mi caja torácica si quería ser mi única amiga. Perdí la belleza de los lugares más bonitos en recovecos de una sala negra y sin espectadores. Me recorrí cada centímetro de carretera en busca de algo inexistente e imposible. Besé a personas en muelles cubiertos por colillas y marineros muertos y señoras necrófilas. Abrí venas en claros de bosques antiguos y helados. Saqué atardeceres de las lenguas de desconocidos eclipsados por las mentiras más bellas jamás contadas. Bebí agua del mar para que la sal curase las heridas internas. Soñé nubes que se iban y una limpieza que crecía por dentro. Fumé servilletas de bares donde no daban gracias por la visita y los camareros se suicidaban en la cocina. Enfermé de apatía y lágrimas junto con un cuerpo sin defensas y sucio. Vomité cortinas de ventanas egoístas. Caminé por una tierra verde y blanca donde la gente estaba eternamente cansada.          
Y acabé al final igual. Repitiendo los llantos y la incompresión y el dolor.
Acabé con esto. Acabé sin esto.
No acabé. Sigo.
Sigo. No sigo.
Y...
(NADIE)