sábado, 8 de febrero de 2014

Recuerdos perdidos.

Todos a mi alrededor estaban tan vivos como los recuerdos de esa misma noche. Había momentos que se grababan en la mente de todos y yo sin embargo estaba en medio de todo y de nada, como un recuerdo del que ya nadie se acuerda. Todos vivos. Todos gritando. Todos lanzando fuegos que llegaban al cielo y se rompían en mil pedacitos hasta consumirse, conmigo.
Me cogió de la muñeca y me alejó del ruido, hasta el pie de un árbol.
Me miró a los ojos.
-¿Dónde estás?
Desvié la mirada a donde estaban todos, y en el cielo negro como el carbón que se muere, seguían las pequeñas gotas de felicidad explotando.
-No lo sé.
-¿Qué te ha pasado?
Los ojos se le empezaron a poner rojos como ciertas partes de mi cuerpo cuando el mundo me dejaba a solas.
Me cogió la cara con las dos manos. Me vi en la obligación de mirarle.
-¿Qué pasa cuando los días visten de gris y las sonrisas se tuercen a ser sádicas?
Rió, y no supe saber qué había en aquella voz desgastada.
Me besó.

sábado, 1 de febrero de 2014

Finales blancos.

Quería decirte que hoy he vuelto.
Sé que llevo un buen tiempo sin hablarte, más bien, sin hablarnos. Pero de eso no te quería hablar. El cielo estaba tan pálido como tu piel, y yo tan gris como el cielo de mañana. Antes solía estar soleado y precioso cuando íbamos. Pero como te iba a decir, casi todo ha cambiado. He caminado por el bosque, que estaba verde y bonito como siempre. He llegado hasta nuestro rincón en el mundo. Las vías del tren seguían como siempre, y el puente que hay por encima también. Las vías del tren. Nosotros solíamos sonreír allí. Y creernos trapecistas por caminar haciendo equilibrios encima de ellas. Y llorar. Y reír. Y sentir, por generalizar. He puesto en modo de repetición nuestra canción. He perdido la noción del tiempo recorriendo los árboles que marcamos, como tu piel en estos últimos meses. También he encontrado nuestro diario debajo de la enorme roca que hay al otro lado lado del bosque. Tú... Tú me decías que qué pasaría si un día te colocases en las vías del tren y esperases a que un tren pasase. Nos reíamos, o llorábamos, o escribíamos algo bonito sobre esto. Y ahora, ya sé qué pasaría. Me odio. Por no haber visto en tus ojos los pocos días de vida (si se les puede llamar así) contados que te quedaban. Por no haberte abrazado y haber estado miles de años más contigo en aquel lugar. Porque, ¿ahora dónde estás? A dos metros debajo de las vías más largas que tus venas. O a millones de kilómetros. O en ningún lugar.
Tenía que haberlo sabido. Yo... Dicen que dijiste mi nombre en tu último grito. Después, solo quedó un cuerpo más roto que el alma que ya tenías.
Y yo quería decirte que hoy he vuelto. Y que me he sentado como tú hiciste, pero ningún tren ha pasado. Y que me gustaría gritarte lo que nunca me dijiste.