martes, 27 de agosto de 2013

Tiempo congelado.

No sé por qué este constante vacío. No sé por qué las lágrimas se me escapan ya solas. Supongo que ya saben cuál es su trabajo aunque no lo sienta. Supongo que es su rutina. Es algo que tortura. Es como si fuese un muñeco de trapo, y me hubieran hecho trizas, como si me hubieran lanzado una y otra vez, sin importar el daño aparentemente irreparable que me han hecho. Tanto que el tiempo pasa y es como si se hubiese congelado, como si mi alma permaneciese en miles de lugares menos en el que estoy, como si vagase por sitios solitarios en los que no estoy, burlándose de mi soledad. Porque a pesar de todo, aunque le pegue un puñetazo, él seguirá, pero el espejo se romperá. A pesar de que mi sangre salga por una locura y una cuchilla de un estúpido sacapuntas, seguiré más dolorido y más vacío, como si la soledad y el olvido me hubieran mordido, haciendo trizas mi interior, dejándolo hueco. Dejando lágrimas que se deslizan sin sentir nada. Al fin y al cabo, ¿a quién le importa? ¿quién se entera? En mi soledad me consumo, miles de millones de personas hay, y ninguna va a venir a llenarme; eso ya lo sé, ya no creo en esas historias. Ni con un espejo roto ni sin él, ni sin sangre de más, ni de menos, ni con una sonrisa falsa ni sin ella.
  ¿Pero cuánto tiempo seguirá el tiempo congelado, matándome antes de que se derrita y avance para que siga su curso?
Que acabe cuanto antes, porque hay un eclipse en mi corazón, y no hay luces. Porque la sangre sale sin cesar, porque el dolor se extiende como un tumor, porque me mata.
Y el tiempo nunca parece descongelarse.