jueves, 2 de enero de 2014

Infierno.

Allí estaba, escuchando esa canción que siempre le sacaba las lágrimas que más quemaban y las más dolorosas. Estaba sentado en la cama, y pensando tanto en el futuro como en el pasado. El futuro, tan efímero. El pasado. Tan lleno. Había dejado atrás otro año. Como si no lo hubiera terminado de comprender.
¿Qué hacía escuchando esa canción? Solo le rajaba. Tocaba heridas abiertas. Y eso que él creía que ya se habían cerrado. Eso era lo más doloroso.

Había tenido tanto, y había perdido más aún.

Estaba sentado en la cama, y la noche iba envejeciendo, y cada vez se encontraba más débil, los recuerdos entraban como cuchillos. Sin avisar. Y lo desgarraban, le hacían retorcerse. Las lágrimas salían con sus últimas fuerzas.
Todo venía en flashbacks, como demonios que entraban dentro de él y lo debilitaban allí por donde pasaban. Demonios con sus peores recuerdos, y los mejores de todo lo que se había acabado.
La cuchilla del sacapuntas llevaba mucho tiempo guardada. La sacó intentando parar.
No, para, se dijo a sí mismo en intentos fallidos de parar ese pequeño destino.
Hizo el primer corte y pronto se puso rojo y empezaron a salir pequeñas gotas de sangre. Salid, se dijo llorando. Empezó a hacerlo con locura, y pudo jurar que vio todos los demonios delante de él. Y estaba solo. Débil. Asustado. Muriendo, con el interior más oscuro que la luz de sus ojos cansados.
Entonces fue cuando lo hizo. Cortó en vertical y la sangre empezó a salir rápido. Cerró los ojos y se dejó caer sobre la cama. Debajo de sus pestañas, aún notaba las lágrimas. Tan pesadas como los recuerdos. Tan crueles como esa canción a esas horas, que todavía sonaba de fondo.

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