sábado, 30 de noviembre de 2013

Espejos malditos.

La miré pensando si una persona en el mundo entero podría ser más despreciable. Después la examiné. Esos ojos azules tan perdidos y eso que solo estaban reflejándose. Esos labios gruesos y esa nariz tan pequeña rodeada de las malditas pecas invernales que contrarrestaban algo de lo malo de aquel rostro. El pelo rojizo que bajaba y bajaba hasta perderse en la oscuridad.
¿Quién era esa persona? Yo no era así. Yo no tenía ese maldito brazo. Me subí el camisón y la miré. Llena de rajas que se metían dentro de su cuerpo en intentos fallidos de dejarla sin vida. Y ojalá que estuviese muerta. ¡Ojalá!
Sonreí y la miré. Hasta su sonrisa era fea. Y me puse a llorar. Llorando estaba peor todavía.
La miré un instante más antes de cerrar los ojos y romper el maldito espejo en el que ella estaba encerrada. Vi como las láminas del espejo se dividían en miles de pedazos y se rompían hasta que mi reflejo desaparecía.
Llena de sangre, me tumbé en el suelo. Y todo a mi alrededor se desvaneció.
Yo la quería. Yo quería a la maldita chica del espejo.

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